Este espasmo que me da el vino, esta copa de alcohol que me besa los labios, este líquido que me llega al cerebro, que me agita. A veces es blanco, otras de color oscuro. En ocasiones me transporta a mi infancia, y no es una huida, ni una evasión, ni un sueño sino una realidad que agarro, a la que me aferro y que me deleita como lo hacía ya con los dioses. Llámese Baco, el gran Dios del vino. Yo, como Baco, agarro mi copa como el principio de la vida y cuento, junto a una buena compañía, alguna parte de mis días, mis principios, mis historias… unos días me siento Caín y otros, cual amante de este líquido color sangre que me adora, me siento una buena jugadora de la vida.
El vino, hermoso y a la vez alcohólico, asesino tímido de gente psicótica, placer de buenos paladares, me recuerda, me habla…adora mi existencia. No hay palabras suficientes para transmitir lo que a mi me hace sentir. Yo adoro el vino y parece que él también a mi.
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